10.000 horas.
Según las estadísticas recogidas por el autor, es el tiempo que
necesita aplicarse a una misma actividad cualquier persona
para alcanzar la maestría.
Contrariamente a lo que se cree, el cerebro de un genio no es diferente del
de alguien común y corriente, tal como se comprobó en la
disección del de Einstein. Todos tenemos más talento para
unas disciplinas que para otras, pero lo que distingue a la
persona brillante del resto son esas 10.000 horas que ha
dedicado a una misma cosa, sea el violín, la informática o
la gestión de un negocio.
Esta regla también se aplica al rendimiento del cerebro. Según
los neurólogos, cuando lo mantenemos ocupado a través de
la lectura, la creación artística o el juego, aumenta la llamada memoria
automática, que es la que nos permite hacer cosas sin
pensar en ellas.
Es el caso del ajedrecista que, en los primeros compases de la
partida, mueve sus piezas sin tener que cavilar. O el de un
pianista de nivel que interpreta una compleja partitura
mientras habla con alguien. Su esfuerzo y constancia les han
procurado un seguro de vida para sus facultades
intelectuales, que operan incluso sin que intervenga la
conciencia.
Algunos
ejemplos de que la agilidad mental no está reñida con la
edad fueron Miguel Ángel, que dio luz a sus mejores obras
de los 60 a los 89 años, hasta su último día de vida.
Goethe terminó su obra maestra Fausto a los 82 años.
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